<< Me detengo un instante en el camino, el tiempo me resquebraja los huesos, es inevitable el desgaste de los minutos. Y no puedo ser de acero. Por el camino veo las puertas de las iglesias fabricadas por los hombres en su afán de unificarse por intermedio de la religión. Y veo las cantinas de los joviales marineros en los puertos miserables. Veo las altivas cordilleras, las tierras planas, las montañas añosas y los vórtices oceánicos. Veo la exótica vegetación del paisaje y siento ese mágico aleteo de una mariposa que descansa sobre una hoja mientras todo se hunde en otra parte del mundo. Tú eres mi amigo y quiero contarte un secreto: Crucé el país de las rocas musicales y no quiero que le cuentes a nadie. Resolví el enigma al cruzar mi propio umbral, rompí mármoles y fusioné los abecedarios del amor en idiomas que apaciguan el dolor y la fiebre. Espero que cruces por aquí. Las ciudades se van transformando en siluetas que te recuerdan. Pero entre tú y yo no hay nada, sólo un abismo. No sé si llegaré a la verdad que nos marca a ambos, he perdido la ruta hacia el paralelo, de igual forma como la mariposa extraviada. La mariposa hace de la distancia una diferencia. ¿Ahora quién te podrá alcanzar, animal hipnótico? He conocido un mar de personas, pero mis pensamientos son adversos. En el horizonte de la ciudad grisácea un huracán categoría 3 se avecina. En los altares de los alcázares las velas encendidas titilan. Las escaleras de piedra rústica comunican con las otras comunidades marginadas. Las luces encendidas de las habitaciones de las personas que nunca duermen refugiadas dentro de sus casas, sintiendo el temor de vivir. >> Francisco Javier Ángel Noreña.
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